CUANDO EL PROFESOR QUIERE SER UN BUEN DOCENTE.

Marcías J. Martínez.

Si algún profesor quiere tener éxito lo primero que se le recomienda es no olvidarse jamás de que el público está integrado por personas que, aspiran a ser reconocidas como tal. La calidad de la clase en mucho está marcada por el interés que se ponga al impartirla.

Les contaré algo que me sucedió cuando me inicié como docente.

En la desesperación por ganar algunos minutos adicionales para convertir los estudiantes en unos buenos profesionales, no vacilaba en analizar la mejor forma de aprovechar el lapso del contacto con los estudiantes. Y, siguiendo estos análisis, observé que se perdía mucho tiempo pasando la lista; por lo menos 10 minutos de los 45 de la clase se iban en la comprobación de que todos los estudiantes estuvieran presentes. Y decidí cambiar el método.

En la primera hora, fui llamando a cada quien por su nombre e indicándole el número que le correspondía. De allí en adelante me limitaba a contar en alta voz y, si no escuchaba la respuesta, lo daba por inasistente. El tiempo transcurrió y los alumnos aprendieron el método. Al mencionar su identificación, debían responder con la palabra "presente".

Unos años más tarde encontré a un alumno y, al saludarlo, me dijo: ¿Cómo está, profesor? Yo soy el veinticuatro. Una carcajada espontánea surgió en el ambiente. A pesar de ello, era obvio que el muchacho se había sentido mal por la puesta en vigencia de aquella metodología que obviaba su nombre y lo identificaba con un número. Con el paso de los años había guardado el resentimiento que cobró vigencia en el primer encuentro.

Al iniciar el posgrado, cuando empezaron a llegar los profesores norteamericanos para dictar los cursos del nivel profesional, observé que hacían un esfuerzo especial para memorizar el nombre de cada persona y lo empleaban de modo apropiado. Cada uno de ellos hacía un ejercicio mnemotécnico, relacionaba a la persona con algún hecho importante y se ejercitaba para asegurarse de que habría de recordarlo. Aprendí que para cada individuo lo más importante en la vida es su propio nombre. Ello puede significar el éxito o el fracaso de la comunicación. Dale Carnegie insiste en que esta cualidad es muy importante para garantizar el éxito.

Supongamos ahora que hemos encontrado una canal de comunión con el auditorio. Surge entonces la otra interrogante: ¿Cómo se debe organizar ese mensaje?

En principio, es obvio que cada instructor tiene un cúmulo de conocimientos, una materia o un tema que debe enseñar. Pero, ¿cuáles son los elementos que rodean el proceso de transmisión del conocimiento que se imparte? Hay un tiempo óptimo para transferir la idea, una dosificación apropiada que se debe respetar: la planificación de la entrega del conocimiento.

La cuantificación del volumen de ideas que se lanzan en la unidad de tiempo es algo prioritario en la organización de la clase. Los profesores jóvenes suelen trasmitirlas demasiado rápido. Cuando un instructor novicio arranca la clase, las supuestas enseñanzas fluyen con tal rapidez que, al concluir la actividad, no es extraño que los muchachos estén en peores condiciones. Nadie ha entendido, pero habida cuenta del montón de cosas que han sido expuestas, tampoco los estudiantes se atreverán a manifestar su desconocimiento de la materia.

Cuando el profesor tiene años en la actividad académica, está consciente de que debe cuantificar la entrega de la información, de tal manera que al concluir la clase esté garantizado el aprendizaje, es decir, que los alumnos hayan "aprehendido" los conocimientos. Observen bien cómo está escrita la palabra que se ha remarcado, porque no se trata de un aprendizaje elemental, es preciso que el participante agarre el conocimiento y se apodere de él. Solamente así podrá utilizarlo.

Si el instructor toma las cosas demasiado en serio y no reserva tiempo para un chiste oportuno o no emplea un breve lapso para relajar la tensión, no es extraño que todo el mundo termine fatigado y que, finalmente, lo califiquen mal.

En lo personal me gusta utilizar la historia para relajar la clase. Los ingenieros y operadores a los cuales debo atender, por lo general, son jóvenes y no saben cómo se inició la industria del petróleo en Venezuela, ni quiénes han sido los actores relevantes ni cómo logramos penetrar las decisiones de una industria donde todo era secreto y en la cual la competencia entre las diferentes empresas obligaba a guardar con alto celo la confidencialidad de la información.

El acto de la clase es comparable con una novela de ficción. El profesor es el escritor y se las debe ingeniar para crear nuevas expectativas en la concurrencia; que cada quien sienta un deseo vehemente de llegar a la respuesta. Cuando concluye el suspenso, hay que saber arrancar el nuevo tema con el mismo entusiasmo e incrementar la importancia de lo que se trasmite para mantener la atención de los participantes.  En  actividad docente cada inicio de clases debe tener un sub-título y una breve explicación de lo que se va a cubrir.

Así es la actividad académica, extraordinaria, cuando el profesor quiere ser un buen docente. 

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