¿UN POSTGRADO PARA QUÈ?

Marcías J. Martínez

Hace ya mucho tiempo, al recomenzar la Universidad Nacional del Zulia, empezamos a enfrentarnos a problemas de tipo legal que pesaban mucho a la hora de elegir al Decano de la Facultad. La ley obligaba a que, para ocupar el cargo, el aspirante tuviera el título de Doctor. Entonces eran pocos los ingenieros y difícilmente podía contarse con alguno que hubiera regresado del exterior con el Doctorado, pero quedaban profesionales que, habían tenido la suerte de recibir el título de Doctor en Ingeniería, en lugar de el de ingeniero, y prácticamente eran los únicos que legalmente podían aspirar al cargo.

Teníamos dos alternativas: la primera, eliminar ese condicionamiento y que se aplicara como requisito formal el haber obtenido el grado más alto que se concediera en las universidades venezolanas, y así se hizo; la segunda opción nos sugería la posibilidad de acelerar el otorgamiento del diploma a quienes cumplieran con algunas obligaciones mínimas. Todos sabíamos que, por esta vía, se tendería a prostituir el más alto reconocimiento académico y preferimos evitar que se abriera esa puerta. Nos dedicamos, entonces, a promover el nacimiento del postgrado, cuidándonos con mucho celo de que se cumplieran las formalidades que garantizaran la aceptación internacional de los estudios realizados.

Los primeros en obtener el Magíster en Ingeniería de Petróleo, de LUZ continuaron hacia el Doctorado en universidades norteamericanas, una acción que cumplieron en un tiempo muy breve. La calidad de las personas que hicieron ese intento y el lapso en el cual algunos de ellos retornaron al país ponían de manifiesto que los conocimientos impartidos en esta universidad eran sólidos y así mismo lo fue la respetabilidad de nuestra representación en el exterior y el prestigio de la universidad.

El tiempo ha transcurrido, los postgrados se han difundido a lo largo y ancho de la nación y, de alguna manera, todas las instituciones para la enseñanza superior ofrecen cursos de posgrado. Al mirar algunos modelos de eso que estamos llamando postgrado, se me ocurre hacer algunas preguntas:

¿Estarán seguras las personas que dirigen estas instituciones, de lo que están haciendo? ¿ Alguna vez habrán estado sometidos a la disciplina férrea que significa la realización de un postgrado en alguna universidad de reconocido prestigio internacional?

¿Se habrán puesto a analizar el esfuerzo que se debe poner de manifiesto para que los graduados compitan, en igualdad de condiciones, con los egresados de cualquier otra universidad del mundo?

Da la impresión de que en el campo académico la devaluación es tan fuerte como lo ha sido en el aspecto económico. Se otorgan méritos aparentemente elevados que en el mundo exterior no son aceptados. En ocasiones, ni siquiera se percibe su existencia.

El Doctorado, por decirlo con palabras sencillas, implica haber demostrado que se es capaz de ir más allá de lo que científicamente se supone conocido. En el nivel de Máster o Magíster, los profesionales sedimentan la información adquirida en el pregrado, al punto de garantizar la transferencia de la tecnología. Es un grado más práctico, quizás más comercial, según el ángulo desde el cual se evalúe; pero que, definitivamente, evidencia ante la sociedad que ese individuo, dispone de conocimientos más seguros, verdaderos y perfectamente reconocidos en el nivel internacional.

Si alguien, al completar un postgrado, no impacta con su presencia y sus decisiones en el medio en el cual se desenvuelve; si no se produce desarrollo, el diploma ha sido otorgado de manera graciosa, sin el esfuerzo necesario y de poco vale tenerlo o no.

Hace algunos meses, una de mis tesistas concluyó un trabajo, en el cual analizó la metodología utilizada para evaluar a los participantes de un postgrado. De acuerdo con la normativa vigente en la universidad a casi toda la promoción ( 91 por ciento de los participantes ) le correspondía el título de Máxima Calificación o de Summa Cum Laude. Solamente el 9 por ciento obtuvo notas de quince y dieciséis puntos, como promedio.

Con 57 personas de tan alto nivel y con tales méritos, nuestra región debería convertirse, dentro de muy pocos meses, en una especie de paraíso educacional con niños excepcionalmente brillantes, capaces de hacer de nuestro país algo extraordinario. De no ser así, invitaría a que evaluáramos mejor nuestras instituciones, una labor que desde hace mucho debería estar haciendo el Consejo Nacional de Universidades. 

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